El Imperio Español
El apoyo inicial de España a la Revolución Americana se vio condicionado por la prudencia y el secreto pues los españoles procuraron prepararse cuidadosamente antes de provocar a sus tradicionales enemigos, los británicos. Que había que elegir el mejor momento para entrar en guerra con los británicos fue una amarga lección aprendida por los españoles unos años antes, durante la Guerra Franco-India (1754-1763) como se la llamó en América del Norte, o Guerra de los Siete Años (1756-1763) como se la conoció en Europa. Carlos III reinó en España desde 1759 hasta 1788, es decir, durante los años de la Revolución Americana, y era tío del rey francés Luis XVI, quien también apoyaba a los rebeldes. La alianza de Carlos III con Luis XVI se estrechó con la renovación del Tercer Pacto de Familia entre ambos Borbones (1762) en el que declararon que el enemigo de una de las Coronas lo sería también de la otra – en otras palabras, el enemigo británico, al que dicho acuerdo puso furioso.
En 1762 el rey Carlos III declaró la guerra a los británicos para apoyar a los franceses. Entrar en la Guerra de los Siete Años fue un desastre para España. Las preciadas posesiones españolas, desde La Habana en Cuba hasta Manila en Filipinas, fueron atacadas y capturadas por los británicos. Las pérdidas territoriales y económicas fueron devastadoras. En el tratado de paz de 1762, firmado por Grimaldi, España perdió Florida, que ocupaba desde el siglo dieciséis. Los franceses entregaron a España Nueva Orleáns y los territorios de la Louisiana como compensación.
Cuando a finales de la década de 1770 resonaron de nuevo por los elegantes palacios de Madrid agitados debates sobre la guerra, los españoles recordaban con suficiente claridad las tremendas pérdidas de poder, riqueza y territorios sufridas en la pasada guerra contra los británicos. España tenía mucho que perder, y mucho que proteger, en el peligroso periodo de proyección imperial y de conflicto global que se avecinaba. Y en esta ocasión decidieron preparse concienzudamente para combatir en todos los frentes posibles de su extenso imperio.
El Rey y sus ministros comprendían la importancia que la rebelión en la América del Norte tenía para sus propios territorios, y para su ansia de socavar el poder de Gran Bretaña – que tanto había aumentado con las victorias británicas en la Guerra de los Siete Años. Así, escribía el Conde de Floridablanca y Secretario de Estado, José Moñino y Redondo, en marzo de 1777 “la suerte de las colonias nos interesa sobremanera, y haremos por ellas todo lo que las circunstancias nos permitan”
En junio de 1779 los españoles estaban preparados para la guerra, y comenzaron las operaciones militares contra los británicos en las Américas, desde Pensacola en Florida hasta San Carlos en Nicaragua. A causa de estas batallas, el ejército y la armada británicos tuvieron que distraer recursos de la lucha contra los colonos, para gran alivio del Ejército Continental que iba perdiendo en el sur de los Estados Unidos.
Aún en el ocaso de su Imperio, España contaba con suficientes recursos financieros, capacidad industrial, fuerzas militares, flota de guerra y poder económico como para decidir si el conflicto en la América del Norte iba a terminar en victoria o en derrota. Las decisiones adoptadas, y la ayuda prestada durante los momentos más difíciles, nos ayudaron a vencer en la Guerra de la Revolución Americana.